La verdad es que no empezamos de cero. Antes de Jiribilla ya teníamos experiencia. Teníamos perrhijos. Primero fue Perrhija. Con ella aprendimos a ser responsables de otro ser vivo. Nos enseñó a renunciar a ciertos lujos, como ponerte el pijama a las seis de la tarde sin preocuparte de tener que volver a salir luego –siempre queda el último pis, la última caca–. Al ser la primogénita y única durante muchos años se le consintió bastante. Cuando aprendió a subirse a la cama nos pareció de lo más mona y ya no hubo quien la bajara. Así que ahora colechamos cuatro. Jiribilla con Perrhija, su compañera de juergas acuáticas. Luego vino Perrhijo: este fue rescatado de perrera y se nota, porque allí donde Perrhija es arisquez y guaguaguagrrr, Perrhijo es todo nobleza y lametones. Padeció moquillo, perdió prácticamente toda la movilidad de las cuatro patas y nos enseñó lo más grande: la paciencia infinita, los cuidados intensivos y el amor a raudales –mutuo– nos prepararon en parte