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Mostrando entradas de septiembre, 2017

La paradoja de la soledad acompañada

Me siento terriblemente sola. Quién lo diría: estoy acompañada las veinticuatro horas del día, tengo a gente encima, literalmente. Tengo a gente PEGADA, literalmente también. Y me siento miserablemente sola. Sucede sobre todo la primera mitad del día, cuando me quedo con Jiribilla y Jaleo, sola ante el peligro. Sin familia, sin tribu. Con horarios incompatibles con el resto de los mortales. Jaleo se despierta como tarde a las 5:30 de la mañana, después de una noche de no parar: repta para arriba, se arrastra para abajo, berriditos, teta sí, teta no. En pie a las 5:30. Jiribilla se despierta sobre las 6:30 reclamando su teta, que es la que puedo darle con calma supina porque su padre se encarga de atender a Jaleo. Así que solemos estar en las calles antes de que estas estén puestas. Porque, total, en la calle se entretienen más. Lo malo es que volvemos a casa muy pronto también. Y la casa se me cae encima. Voy mendigando compañía adulta por las cafeterías del barrio, consumiendo cafés