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Mostrando entradas de 2017

Nueve dentro, nueve fuera

Mañana es un día feliz. Mañana es un día funesto. Mañana es un recordatorio de lo fugaz de las cosas. Jaleo cumple nueve meses. Y así llegamos al fin oficial de la exterogestación . Mi bebé y no es tan bebé, ya no me necesita. No soy su mayor pasión. Mi bebé ya es independiente. Ya no precisará de mis servicios para asearse. No necesitará mi calor para consolarse. No requerirá de mis pechos para alimentarse. Ni para dormirse. No me sonreirá con esa sonrisa mágica, especial, capaz de derretir glaciares, cuando simplemente le mire con mis ojos rebosantes de amor. No querrá que vaya adondequiera que él vaya. No llorará cuando despierte en la cama y yo no esté a su lado. Esperen, esperen. Está en la cama y yo no estoy a su lado. Yo quiero estar a su lado cuando despierte, porque aún me necesita. Así que me voy. Sabrán entenderme. Un día de estos realmente no me necesitará, ni querrá verme en su cama. Mañana es un día feliz porque los tengo a mi lado.

La paradoja de la soledad acompañada

Me siento terriblemente sola. Quién lo diría: estoy acompañada las veinticuatro horas del día, tengo a gente encima, literalmente. Tengo a gente PEGADA, literalmente también. Y me siento miserablemente sola. Sucede sobre todo la primera mitad del día, cuando me quedo con Jiribilla y Jaleo, sola ante el peligro. Sin familia, sin tribu. Con horarios incompatibles con el resto de los mortales. Jaleo se despierta como tarde a las 5:30 de la mañana, después de una noche de no parar: repta para arriba, se arrastra para abajo, berriditos, teta sí, teta no. En pie a las 5:30. Jiribilla se despierta sobre las 6:30 reclamando su teta, que es la que puedo darle con calma supina porque su padre se encarga de atender a Jaleo. Así que solemos estar en las calles antes de que estas estén puestas. Porque, total, en la calle se entretienen más. Lo malo es que volvemos a casa muy pronto también. Y la casa se me cae encima. Voy mendigando compañía adulta por las cafeterías del barrio, consumiendo cafés

Proyectos en la Tierra

Y un día más que no llego a nada. (Jiribilla abrió el tercer cajón de la cocina, sacó una bayeta verde sin estrenar y me preguntó: -¿Puedo cogerla para mi cometa? -Claro, cógela). No he podido hacer nada. Nada. Ni arreglar las mil fotos pendientes, ni escribir, ni reorganizar armarios, ni cocinar, ni doblar ropa. Algunas de esas cosas son triviales, pero hay que hacerlas. (A continuación cogió la baqueta de algún tambor que tuvo una vez e intentó engancharla en la bayeta. -¡Ayúdenme!). Otro día que se me va volando, inmersa en la rutina. Mis proyectos, en el aire. Detenidos hasta quién sabe cuándo. Ahora toca ir a la cama. Mañana despertaré con la renovada esperanza de tener un ratito por la noche, un ratito más largo, porque esta vez, esta vez, se dormirán muuuy temprano. (Papá vino al rescate. Más tarde, en el parque, encontraron un palo más largo. Una bayeta y un palo. Y allí se fue corriendo, feliz, volando su «cometa». Feliz, feliz). Otro día

Agitación (o qué ganas de arrancármela de la teta)

La primera vez que leí algo sobre la agitación del amamantamiento  no presté mucha atención. Me pareció curioso, pero pensé que sería de esas cosas que nunca me tocaría vivir. ¿Yo, no querer darle el pecho a Jiribilla? Desde el comienzo de nuestra maravillosa lactancia le pedía a los cielos que, por favor, no se destetara nunca. Esos momentos eran mágicos, especiales. Eran amor en su expresión máxima. Los cruces de miradas, las caricias, sonrisas... La lactancia es lo más bonito que he vivido. En el último trimestre del embarazo de Jaleo ya tuve algún episodio de estos. De atesorar cada tetada pasé, una noche que Jiribilla estaba especialmente demandante, a querer arrancármela de cuajo de la teta y lanzarla lejos. Una horrible sensación me recorría el cuerpo con cada succión, me sacudía hasta la punta de los pies. Me causaba una angustia insoportable. Fue una noche infernal: mi pobre niña estaba más demandante porque se encontraba enferma, y yo no podía. No podía. Era un rechazo visc

Chiquito jaleo (o el relato del parto)

Bien, voy a hacerlo. Voy a contar mi parto antes de que esas guaridas insaciables que son sus bocas secuestren de nuevo mis tetas. Cuando me quedó claro que las contracciones de Braxton Hicks habían dejado de ser tales para pasar a ser contracciones de parto, se lo confirmé a mi matrona. «Cada dos minutos», le dije. Vive a una hora en coche, así que se puso en camino. Cualquiera pensaría que tras el veloz parto de Jiribilla la llegada de Fetus era inminente, pero aún faltaban horas. Hace poco me enteré de que en el parto de Jiribilla me metieron un chute de oxitocina sintética sin informarme, así que esa fue la razón de su rápida llegada. Cuando llegó la matrona me hizo un tacto y me preguntó si quería saber de cuánto estaba. Debí sospechar con su pregunta, pero no lo hice. «Pues claro», pensé, «será esperanzador: debo andar por los seis o siete centímetros». Con Jiribilla llegué a los tres sin darme cuenta y a partir de ahí empezó a doler. Así que cuando dijo «tres centímetro

Esperando

Hoy batimos el récord de separación, Jiribilla y yo. Casi seis horas. Casi seis horas se quedó con Él mientras yo me iba a un registro eterno al hospital. Y lo pasé peor yo, aunque eso no sorprende. En cuanto nos reencontramos nos dimos un emotivo abrazo fuerte fuerte, me contó que había llorado porque quería estar conmigo, pero yo la vi tan contenta y feliz. Porque se quedó con papi, claro. Con su papi adorado, que se ve que se maneja mejor que mamá. Yo, que no saco tiempo para cocinar con ella encima... Pues Él cocinó un par de cosas, fregó los platos, sacó a los perros..., y todo ello sin siesta de Jiribilla de por medio. Para eso me esperó, para engancharse a la teta y dormir a pierna suelta. Registro eterno en el hospital, entre monitores y consulta. Registro inútil. Porque es pequeño, dicen. De resto, todo perfectísimo. Líquido genial, placenta maravillosa, colocación inmejorable. Y se ponen a hablar de posibles inducciones en la semana cuarenta. Siempre con consentimiento m

Depresión preparto

¿Existe tal cosa? Quedan semanas para conocer al nuevo amor de mi vida y, más que feliz e impaciente, me siento desubicada, perdida y tristona. Y terriblemente incómoda. La barriga, el cuerpo entero me pesa horrores. Jiribilla demanda más que nunca. La famosa adoslescencia empieza justo ahora, y yo que pensé que nos habíamos librado. Quiero detener el tiempo y que este bombo se pare, pero a la vez deseo que salga ya, por dios. Jiribilla no me da tregua. Me tiene tooodo el tiempo arriba, abajo, teta, yendo y viniendo. Y brazos, siempre brazos. ¿Por qué me embaracé tan pronto? Ilusa de mí, pensé que en nueve meses se independizaría. Y me veo a mí misma perdiendo la paciencia, viéndola mayor para ciertas cosas, olvidando a veces que aún es pequeña, muy pequeña, Y le pido que colabore, que no tire las cosas al suelo. y ella me dice «no worry» y me abraza. Y ahí estoy yo, pidiéndole perdón, la peor madre del mundo, siendo consolada por mi bebé. Quedan semanas, y deberíamos tenerlo todo

Primer embarazo, segundo embarazo

En el primer embarazo el tiempo parece no avanzar. Te asomas al espejo cada dos por tres, analizando con calma supina la incipiente curva. ¿Serán sólo gases? ¿La ingesta del desayuno? ¿Cuándo empezará a notarse de verdad? En el segundo embarazo te enteras de que estás embarazada. Algunos días recuerdas que estás preñada y te preguntas si será cierto que sale antes la barriga. Y, de repente, BUM, ahí está. ¿Cuándo creció este balón en mi abdomen? En el primer embarazo no ves la hora de empezar a sentir cómo se mueve. Lees trucos para lograr percibirlo. Tumbada boca abajo, boca arriba. Te parece notar algo, pero nunca estás segura hasta que ya es evidente que es ello. En el segundo embarazo estás tan ajetreada que un día notas algo. «Ahí está, esta vez no hay duda», piensas. Sonríes y sigues a lo tuyo. Ya habrá tiempo para sentirlo con calma (ja). En el primer embarazo, cada vez que completas una semana, haces una búsqueda frenética en Google sobre qué ocurrirá en la sig