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Mostrando entradas de febrero, 2019

Un buen día de mierda

Hoy ha sido un día mierder. Para empezar, Él se marchó antes de lo normal. No es que se vaya temprano-temprano, pero ese tiempo de más se nota. Adiós a lavarme los dientes tranquila, a intentar ir al baño, a compartir la odisea de vestir y poner zapatos. De fregar los platos del desayuno ya ni hablamos. Llevar a Jiribilla al cole. Salimos de casa, bajar las escaleras con el carro, siempre el carro. Empujar los casi quince kilos de Jiribilla más los once y pico de Jaleo hasta la parada del tranvía, porque ella se niega a caminar y él no quiere ir en otro sitio que no sea la capota. No tengo fuerzas para negociar. Por el camino me adelanta una mujer hablando por el móvil; ella va ligerita y en línea recta y yo ya he comenzado a girar a la derecha, así que el roce de la pierna de Jiribilla con ella es inevitable. Furibunda, se da la vuelta y me espeta que no se me ocurra volver a empotrar el carro contra ella. Intento explicarle que me cuesta maniobrar con dos niños encima, pero evide

Retrato infame

Encontrábame yo cierta mañana laborando en la cocina cuando entró Jiribilla y con su alegre voz matutina exclamó: –¡Mamá, te he hecho un dibujo! Esa faceta suya artística me encanta, sobre todo cuando elabora una nueva creación para su mamá. Pero esta vez me horrorizó. ¿Qué era aquello?   –Esta eres tú enfadada. Acabáramos. El día anterior estuve especialmente refunfuñona. Por mucho que intente aplicar lo que he leído sobre crianza, paciencia, mindfulness, relativizar   y «los-días-son-largos-los-años-cortos», en muchas ocasiones vence el cansancio y el estrés y les hablo mal. Ciertamente, soy imperfecta. Pero ese dibujo fue una cachetada sin manos. Esa era yo, un ogro, visto por ella, mi dulce hijita adorada. Terrible. Era la primera vez –ojalá la última– que me dibujaba así. Hasta ahora siempre que me retrataba seguía los mismos pasos: –La cara... el pelo... los ojos... la nariz... ¡Y una graaan sonrisa! Y no es que vaya yo sonriendo todo el dí

Quince años de Facebook

Ayer, sin darme cuenta, me vi reflexionando sobre lo que ha significado Facebook para mí. Seguramente porque mañana Facebook cumple quince años. Y resulta que no es asunto baladí. Me refiero a lo que me ha aportado como madre. No sé uste des, pero yo he criado sin tribu. No tuve compañía, no estuve rodeada de gente en los primeros meses    –ni ahora –. No sé qué pasa, que cuando eres madre casi todas tus amigas sin hijos desaparecen como por arte de magia. Aunque no es difícil hacerse una idea de lo que pasa por sus cabezas, pues también he estado en el otro lado. ¿Y qué pensaba yo entonces sobre esa amiga maternante? «Mejor no la llamo, estará liada con el niño».  Ingenua. Sí, mi amiga estaba ocupada. Estaban ocupados literalmente su cuerpo y su mente. Se encontraba con el niño encima, en brazos, llorando, jugando, riendo, echada, de pie, cargando, tratando, luchando. No sabía yo lo que había detrás. No tenía ni idea de lo que significan para una madre puérpera la compañía, el apo