Hoy ha sido un día mierder. Para empezar, Él se marchó antes de lo normal. No es que se vaya temprano-temprano, pero ese tiempo de más se nota. Adiós a lavarme los dientes tranquila, a intentar ir al baño, a compartir la odisea de vestir y poner zapatos. De fregar los platos del desayuno ya ni hablamos. Llevar a Jiribilla al cole. Salimos de casa, bajar las escaleras con el carro, siempre el carro. Empujar los casi quince kilos de Jiribilla más los once y pico de Jaleo hasta la parada del tranvía, porque ella se niega a caminar y él no quiere ir en otro sitio que no sea la capota. No tengo fuerzas para negociar. Por el camino me adelanta una mujer hablando por el móvil; ella va ligerita y en línea recta y yo ya he comenzado a girar a la derecha, así que el roce de la pierna de Jiribilla con ella es inevitable. Furibunda, se da la vuelta y me espeta que no se me ocurra volver a empotrar el carro contra ella. Intento explicarle que me cuesta maniobrar con dos niños encima, pero evide