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Quince años de Facebook

Ayer, sin darme cuenta, me vi reflexionando sobre lo que ha significado Facebook para mí. Seguramente porque mañana Facebook cumple quince años. Y resulta que no es asunto baladí. Me refiero a lo que me ha aportado como madre.

No sé ustedes, pero yo he criado sin tribu. No tuve compañía, no estuve rodeada de gente en los primeros meses  –ni ahora–. No sé qué pasa, que cuando eres madre casi todas tus amigas sin hijos desaparecen como por arte de magia. Aunque no es difícil hacerse una idea de lo que pasa por sus cabezas, pues también he estado en el otro lado. ¿Y qué pensaba yo entonces sobre esa amiga maternante? «Mejor no la llamo, estará liada con el niño». 

Ingenua. Sí, mi amiga estaba ocupada. Estaban ocupados literalmente su cuerpo y su mente. Se encontraba con el niño encima, en brazos, llorando, jugando, riendo, echada, de pie, cargando, tratando, luchando. No sabía yo lo que había detrás. No tenía ni idea de lo que significan para una madre puérpera la compañía, el apoyo, la conversación. No me refiero a ayuda para las mil tareas pendientes, sino a la presencia. Presencia consciente, adulta. Y no necesariamente física. Muchas veces vale con una llamada, con un mensaje para recordarle que sabemos que existe, para recordarle también que seguimos aquí. 

Soy una de esas madres que no tuvo tribu... pero encontré algo similar en Facebook.

Por Facebook supe de este tipo de crianza que me ha abierto los ojos. Informarme sobre la lactancia y el porteo me llevó a descubrir la crianza con apego. Busqué grupos con este nombre, y ahí se me abrió un mundo. No solo había grupos, sino páginas y páginas que defendían este tipo de crianza. Me zambullí de lleno. Comencé a leer las experiencias, dudas, anécdotas de otras madres. Madres novatas, madres más experimentadas. Madres que llevaron un tipo de crianza totalmente opuesta con sus primeros hijos y querían hacerlo de otro modo con sus nuevos retoños. Madres que respetaban, madres que no tanto. Madres que se sentían terriblemente solas, deprimidas, eufóricas, perdidas, renacidas, enamoradas.

No estaba sola.

Cuando llegaba Él del trabajo todo lo que yo tenía para contarle –aparte de las gracietas nuevas de Jiribilla eran cosas que había leído en Facebook. Hubo una época en la que, aparte de Jiribilla, parecía que no tenía vida fuera de allí. Era, y es, mi ventana a mi propio mundo. En mí quedarán las jornadas maratonianas de Facebook durante aquellas primeras tetadas interminables, durante los días que se hacían eternos y en los desvelos nocturnos. He tenido épocas de engancharme de lo lindo, de sentir la necesidad de desconectar. Y lo he desactivado. Pero acabo volviendo porque, al final, haciendo balance, gana el lado positivo.

En la maternidad me he sentido terriblemente sola, pero Facebook lo ha hecho más llevadero. He conocido gente excepcional de la que probablemente no habría sabido nunca. He contactado con personas de mi vida con las que no había hablado en lustros. Conseguí la financiación necesaria para publicar un libro. Y hasta empecé este blog malamente actualizado para desahogarme.

Lo único que me preocupa es poder mantener la balanza a favor del contacto real, tangible y humano, que siga predominando en la vida en la medida de lo posible. Al menos en mi vida y la de los míos. Nos toca a nosotros buscar el equilibrio entre lo que nos da y lo que nos quita.




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