Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de agosto, 2015

Carlitos

Esta mañana, en uno de nuestras incursiones matutinas en el parque, Jiribilla y yo nos topamos con una pareja de abueletes que cuidaba de su nieto, Carlitos. Era este un rubicundo niño de la misma edad que mi cachorrilla, un añito. Se encontraban sentados en un banco; al ver que nos acercábamos con afán salutativo, Abuela se levantó y acercó a Carlitos. Cogí el cochecito de Jiribilla y se lo lancé rodando. Cuando llegó a sus pies hizo ademán de sentarse. Cabe destacar que Carlitos iba inmaculado, de punta en blanco. Al ver que pretendía sentarse en el suelo, su abuela lo levantó, rauda, y lo llevó de vuelta al banco. «Es que se ensucia, se pone perdido. Y a su madre no le gusta», explicó. «Bah, déjalo, ¡eso se mete en la lavadora y no pasa nada!», repuso sabiamente Abuelo, ganándose mi simpatía, y añadió: «Además, la que lo cuida eres tú». «Claro, ¡eso no es problema!», intervine. «Pero no es solo la ropa, es que las piernas se le ponen negras...». Total, que Carlitos fue sentado. Si

Un año de AMOR

Dicen que los hijos son una prolongación de uno mismo, una minipersona a la que criamos para que nos perpetúe en la finitud de la existencia. Llegados a este punto, con Jiribilla durmiendo a mi lado y tras un exhausto año de amor a raudales, lo veo de otro modo. Jiribilla, no naciste para ser una prolongación mía; al contrario, yo soy una prolongación tuya. Nací para ser tu raíz. Para nutrirte de todo lo necesario con el fin de que algún día florezcas, y lo harás de la forma y color que tú quieras. Me pongo a tu entera disposición. Al menos al principio, mientras me requieras. Y aquí estamos todavía, en este maravilloso principio. Un principio que, después de un año, sigue siendo un maremágnum de emociones entre las que destaca la absoluta adoración que te tengo: de querer apretujarte bien fuerte paso a pedirte que bajes, por favor, que me sueltes, que te estés tranquila dos minutos, uno solo, para dar una tregua efímera a mis brazos, para poder ir al baño con todo mi cuerpo dispo

La hermana no deseada

Jiribilla tiene una hermana casi gemela, aunque no compartan apellido. En realidad la gestamos juntas, ella y yo. Nació a fuerza de coger a Jiribilla para tetear, de cargarla en brazos. Cansadamente, pero con amor. Y aunque haya sido concebida con amor, estoy deseando librarme de ella. Se llama Tendinitis, de apellido de Quervain. Y es una auténtica porculera. El dolor que me causa ha empañado prácticamente toda mi existencia con Jiribilla. Apareció por las buenas, porque sí, a pesar de colecho y porteo. Tendinitis se manifestó un par de meses después de que llegara su hermana mayor. Llevamos ya casi diez meses todos juntos. Por supuesto, ha ido a peor, porque aunque la Seguridad Social fue rápida –desenlace de la ironía a continuación– y solo tardó nueve meses en remitirme a rehabilitación, al no tener la posibilidad mi mano de guardar reposo no hay tratamiento que valga. Así que hoy he tenido mi última sesión en balde. Bueno, las sesiones me han servido para desconectar un

Metamorfosis oculta

El otro día estaba disfrutando de mi improductivo ratito diario en el sofá –doy gracias por poder tener un rato así todos los días–, cuando reparé con pavor en una parte olvidada de mi anatomía. No era ningún lugar recóndito ni censurable. Se trataba de la zona denominada «cartuchera»: al estar con las piernas cruzadas, el horror se hizo visible. Lo vi, justamente, en la pierna izquierda. Seguramente también está en la derecha, pero para qué comprobarlo. Había allí un hoyo, una caverna. Dentro de él, y alrededor, y encima, por todas partes, se mostraba sin pudor ninguno un acúmulo de celulitis perdido entre indecorosos surcos de piel –estrías, a mi entender–, aderezado todo con infinidad de arruguitas más chicas. Había un cacho de carne que no era carne, sino grasa, grasa fofa, y cuando apretaba con un dedo este se hundía hasta el mismísimo averno. En cuanto al color, era indefinido: carne, rosa, algún tinte violáceo... Qué sé yo. El caso es que era un panorama penoso. Pero no

Semana Mundial de la Lactancia Materna (del 1 al 7 de agosto)