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Tal como vino se va

Una se sumerge en la maternidad de golpe y porrazo. Descubre, atribulada, que aquello no es como le habían contado, como había visto en las películas, en el imaginario colectivo. Sin referentes cerca se da de bruces con la verdad. Y si goza de cierta consciencia trata de comprender esa verdad y adaptarse a ella, no para dominarla, sino para hacerlo lo mejor posible. Así puede perderse entre libros de crianza y lactancia, foros, páginas y grupos de redes sociales. Y aprende, aunque con el tiempo se da cuenta de que nunca termina de aprender del todo. Sigue fallando, cada maldito eterno efímero día. Sigue perdiendo la paciencia. Solo queda aceptar que jamás será la madre perfecta y hacer las paces con ello, desligarse de la  sempiterna culpa. Al final deja de seguir a tanto gurú de crianza porque sabe que todo se reduce al respeto, a la comprensión y al sentido común. A medida que los bebés crecen esa intensidad puérpera se pierde. Ya no están pegados a una, no la necesitan tanto, e inc