Una se sumerge en la maternidad de golpe y porrazo. Descubre, atribulada, que aquello no es como le habían contado, como había visto en las películas, en el imaginario colectivo. Sin referentes cerca se da de bruces con la verdad. Y si goza de cierta consciencia trata de comprender esa verdad y adaptarse a ella, no para dominarla, sino para hacerlo lo mejor posible. Así puede perderse entre libros de crianza y lactancia, foros, páginas y grupos de redes sociales. Y aprende, aunque con el tiempo se da cuenta de que nunca termina de aprender del todo. Sigue fallando, cada maldito eterno efímero día. Sigue perdiendo la paciencia. Solo queda aceptar que jamás será la madre perfecta y hacer las paces con ello, desligarse de la sempiterna culpa. Al final deja de seguir a tanto gurú de crianza porque sabe que todo se reduce al respeto, a la comprensión y al sentido común.
A medida que los bebés crecen esa intensidad puérpera se pierde. Ya no están pegados a una, no la necesitan tanto, e incluso a veces la expulsan de su territorio. Esto en ocasiones da penita, pero en otras es un glorioso alivio y motivo de alegría —por ver cómo ganan confianza y por lo obvio...—. Y como consecuencia de ese crecimiento imparable también se desliga una de este tema del blog, que fue creado para dar rienda suelta a esas cosillas que remueven. Las hijas crecen, evolucionan, es lógico que la vida de la madre también lo haga, al igual que su relación con la prole.
Han crecido. A ratos los veo pequeños, a ratos enormes. Jiribilla aún me pide que le lea, Jaleo me reclama para acompañarle a ciertos sitios. Y esas dos extraordinarias criaturas que se gestaron en mí siguen durmiéndose cada noche a mi lado; él bien cerca, abrazándome y susurrándome cosas bonitas; ella dándome besitos y recordándome que quiere dormir media noche conmigo y la otra media con papá.
La maternidad está resultando un sueño (con algún tinte pesadillesco). Pero atrás van quedando el agotamiento extremo, la falta de tiempo propio, el cuerpo a disposición de otras. Atrás también quedan esas gracietas de bebé, sus bracitos extendidos hacia ti, el porteo con la cabecita al alcance de un beso. Atrás va quedando eso.
Y adelante todo, todo lo demás.
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