Y un día, pum, te descubres buscando
un hijo.
Tú, la «liberal», la que no quería
niños.
Escrutas la prueba en busca del rayón.
Te sumerges en internet, te haces
experta en concepción.
Y un día, zas, estás embarazada.
Cada semana acudes a Google para saber
en qué estado se halla.
Conoces de pe a pa las fases de
desarrollo.
Te vuelves maestra del embarazo, ¡y
no es un rollo!
Y día tras día te tocas, te miras en
el espejo.
No sabes si esa curva es un bebé o el
almuerzo.
Te mueres por que se note, por que vaya
rapidito.
La espera es un tormento, pero uno tan
bonito...
Y un día, bom, sientes como un meneo.
No estás segura, ¿serán gases?
¿Indigestión? No lo creo.
Te tumbas boca arriba, de lado, boca
abajo...
Pruebas mil posturas... ¡Notarlo
cuesta trabajo!
Y un día, paf, ya salió toda la
panza.
La gente ya no duda, va directa y se
lanza:
«¿El primero? ¡Ya verás! No
volverás a descansar».
Y piensas que exageran... Tu caso no
será igual.
Y de pronto, GRMMPFF, ¡está fuera!
No lo crees, está viva, te remira, coge teta.
Sigues siendo dos, pero ahora tiene
cara.
Y vives agotada, extasiada, enamorada.
Y el día tras día se ha vuelto otro.
Es rutina, es amor, pero es
muy loco.
Te sientes sola aunque nunca lo estás:
bienvenida a otro universo. Tu otra yo
quedó atrás.
Tus prioridades han cambiado:
ahora sólo hay una, todo el día en
brazos.
Ni comer, ni lavar, ni irte a duchar.
Y, por supuesto, olvídate de descansar.
Y un día deseas que, al menos, aguante
la cabeza,
«para tener una mano libre», te
quejas.
Luego sueñas con que se siente.
Y después quieres que camine, que sea algo
independiente.
Que hable, por favor, que no entiendes lo
que quiere.
Y que se quede –un ratito al menos–
con otra gente.
Pero ella sólo quiere estar contigo.
Y te gusta, te halaga..., pero el
cansancio es un abismo.
Pero un día, atenta, ya no le importa si no
está contigo.
Prefiere ver a papá, a la abuela, a
algún amigo.
Incluso cierra la puerta mientras dice
«¡que descanses!».
Y en ese rato a solas, ¡al fin!, ¿qué
haces?
Lloras, te extrañas, miras fotos viejas.
Recuerdas a aquel bebé aferrado día
y noche a la teta.
Y miras el teléfono todo el rato
preguntándote si te estará
buscando.
Y cuando al fin regresa tu niña, tu
bebé,
le abres tus brazos, le suplicas
«¡VEN!».
Y se te cae el mundo al suelo
cuando te espeta un «espera, mamá, me
quito los zapatos primero».
Tenían razón los que decían que tu
vida no será igual.
No serás la misma: vas a llorar, vas a reír.
Tú la pariste a ella, pero ella te parió a ti.
Eres madre y humana... Claro que
te cansarás.
Pero también tienen razón los que
dicen que no tengas prisa:
saborea cada minuto, cada paso... La magia está en el día a día.
¡Este blog necesita más visibilidad!
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