Una vagina en lata.
En serio. Existen.
Sí, lo sé: cada mujer es única, las hay fogosas y las hay cansadas. Y cada parto es diferente y deja secuelas distintas, y la libido de cada cual tiene su idiosincracia, y blablablá. Pero seamos sinceros: la biología no falla. Y si estás dando teta,
despídete del deseo –salvo el de dormir– por una temporadita más
bien larga. Y más larga se le hará a él, porque sus hormonas no han sido trastocadas y sigue estando al pie del cañón.
Hablo de madres que han decidido dar el pecho y que están con sus hijos prácticamente las veinticuatro horas del día, sin desconectar. El sexo queda relegado, muy relegado. Quién sabe, tal vez te visite un ramalazo de deseo un día, sin
saber cómo ni por qué, pero desengañémonos: según mi experiencia
y la de personas cercanas, durante el primer año posparto las
relaciones íntimas pueden contarse con los dedos de una mano. ¿Las
causas? Pues un buen puñao:
- El parto. Después de expulsar a una criatura por ahí es normal no tener el chichi para farolillos. Y más si se ha sufrido algún desgarro o episiotomía. La recuperación puede ser más o menor duradera, y tras ella es difícil volver a pensar en esa vía como una placentera.
- Las hormonas. Durante la lactancia las mujeres segregamos prolactina, una hormona antagonista de los estrógenos, progesterona y testosterona (vamos, de las hormonas que nos hacen tener libido y ser fértiles). Los seis primeros meses, con la lactancia exclusiva, esta situación hormonal es parecida a la menopausia; de ahí que aparezcan signos comunes a la misma, como sequedad vaginal y sofocos.
- El cansancio. El cansancio extremo. El agotamiento brutal. Por si no lo había mencionado nunca.
- El tiempo. Encontrar un momento es complicado, pues deben darse a la vez ciertas circunstancias favorables al evento: bebé dormido, libido despierta y un nivel de energía mínimo para poder funcionar. Ja.
Al principio llegué a planear una «ocasión especial» de vez en cuando:
«Cari, esta noche, cuando se duerma, ahora que está aguantando una
horita sin despertarse, tú y yo... –guiño picarón –, ¿eh?».
Él, muy sabio, asentía y hacía alguna bromita, pero nunca contaba
con ello. Porque llegaba la noche y, caray, casualmente Jiribilla
decidía acostarse más tarde o estaba especialmente agotadora, con
lo que después de conseguir dormirla no me quedaba más remedio que
excusarme: «¿Recuerdas lo que te dije hoy? Pues ea, que nanay, que
me voy a la cama, pero sola. 'nas noches». Conforme pasaban los
meses dejé de intentar planear, y alguna vez, cuando menos lo
esperaba, desvelada de madrugada tras la tetada número mil, surgió
el deseo. «¡Bien, ya ha vuelto!», exclamé, ingenua, para mis
adentros, pensando que era para quedarse y que igual había llegado
la era del no-agotamiento. No fue así. Volví a intentar planear
alguna vez, pero el cansancio me podía. Y a medida que pasaban más
meses me resigné a que viniera cuando le diera la gana. A él le
reconforto recordándole que, como en nada se me pasa el arroz,
cuando vuelva a ovular y queramos ir a por el hermanito lo
arrastraré a una espiral de sexo metódicamente desenfrenado. Y
seguramente él la aprovechará al máximo, porque al próximo también
le daré teta. Y habrá más rollo hormonal. Y mucho, mucho más
cansancio. Porque serán dos.
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