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Esperando

Hoy batimos el récord de separación, Jiribilla y yo.
Casi seis horas.
Casi seis horas se quedó con Él mientras yo me iba a un registro eterno al hospital.
Y lo pasé peor yo, aunque eso no sorprende.
En cuanto nos reencontramos nos dimos un emotivo abrazo fuerte fuerte, me contó que había llorado porque quería estar conmigo, pero yo la vi tan contenta y feliz. Porque se quedó con papi, claro. Con su papi adorado, que se ve que se maneja mejor que mamá. Yo, que no saco tiempo para cocinar con ella encima... Pues Él cocinó un par de cosas, fregó los platos, sacó a los perros..., y todo ello sin siesta de Jiribilla de por medio. Para eso me esperó, para engancharse a la teta y dormir a pierna suelta.
Registro eterno en el hospital, entre monitores y consulta. Registro inútil. Porque es pequeño, dicen. De resto, todo perfectísimo. Líquido genial, placenta maravillosa, colocación inmejorable. Y se ponen a hablar de posibles inducciones en la semana cuarenta. Siempre con consentimiento mío, claro. ¿Pero qué pretenden? ¿Un coloso? Mido poco más de metro y medio, señores. Jiribilla fue chiquitina también. ¿A qué viene meter miedo? ¿Por qué acelerar las cosas? Claro, porque viene la Semana Santa; que no se le ocurra a este pobre nonato interrumpir los planes vacacionales del personal.
Vendrá cuando quiera venir.
En su momento.

Nosotros ya estamos listos.

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