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Agitación (o qué ganas de arrancármela de la teta)

La primera vez que leí algo sobre la agitación del amamantamiento no presté mucha atención. Me pareció curioso, pero pensé que sería de esas cosas que nunca me tocaría vivir. ¿Yo, no querer darle el pecho a Jiribilla? Desde el comienzo de nuestra maravillosa lactancia le pedía a los cielos que, por favor, no se destetara nunca. Esos momentos eran mágicos, especiales. Eran amor en su expresión máxima. Los cruces de miradas, las caricias, sonrisas... La lactancia es lo más bonito que he vivido.

En el último trimestre del embarazo de Jaleo ya tuve algún episodio de estos. De atesorar cada tetada pasé, una noche que Jiribilla estaba especialmente demandante, a querer arrancármela de cuajo de la teta y lanzarla lejos. Una horrible sensación me recorría el cuerpo con cada succión, me sacudía hasta la punta de los pies. Me causaba una angustia insoportable. Fue una noche infernal: mi pobre niña estaba más demandante porque se encontraba enferma, y yo no podía. No podía. Era un rechazo visceral. Le decía que un poquito nada más, que cinco minutos... No aguantaba los cinco minutos, no llegaba siquiera a uno; le sacaba la teta de la boca ayudándome del meñique y la separaba de mí. Ella lloraba, claro. ¿Cómo iba a comprenderlo? Su mayor consuelo, que yo jamás le había negado, se lo arrebataba sin razón. Toda la noche así: yo, sintiéndome una auténtica bruja, dándole la teta en cuanto la veía mal, pensando que esta vez aguantaría, y quitándosela poco después mientras ella lloraba y la reclamaba. Fue una noche aislada, y el peor episodio que he tenido. Con esa intensidad no se repitió hasta la lactancia en tándem con Jaleo.

El tándem.

Quería vivirlo, estaba convencida. Leí maravillas del tándem, pero también que sería duro. Que muchas madres se sienten sobrepasadas por la exigencia del hijo mayor y terminan limitando sus tomas. Que es normal que al principio mamen incluso más que el pequeño; después de los meses de secano vuelven a tener a su disposición leche a raudales. Jiribilla se está saltando muchas comidas y las sustituye por teta. Ha subido kilo y medio desde que nació Jaleo. También es normal esto. Pero espero, deseo, necesito que pase pronto su bestial necesidad tetil o mi agitación, porque no sé cuánto más resistiré. No me ocurre en todas las tomas. En muchas estamos genial, como solíamos estar, pero en otras... Ocurre sobre todo cuando maman los dos a la vez y cuando Jiribilla coge la teta sin mamar, es decir, no para comer, sino cuando se limita a succionar un poquillo y el resto del tiempo deja el pezón quieto en la boca, o hace succión no nutritiva. No se agarra bien y aparece el maldito cosquilleo. Y el problema se agranda en la última toma del día, antes de dormir. Ya lo va captando: le digo que sólo un minuto, o contamos hasta diez juntas –ella con sus deditos mientras yo enumero, qué linda–, y suelta sin problema. Si está papá en casa, en cuanto se suelta va a buscarlo, «¡¡papááá!!», dejando claro que sólo me quiere por mis tetas.

Y ahora mismo, que está de nuevo enferma, mocos, fiebre... Un auténtico infierno de demandas, de querer y no poder, de sentirme seca, de pensar una y otra vez en dónde narices me he metido y por qué. Un desgaste físico y psicológico brutal. Y en cuanto se pega a la teta otra vez, otra vez, OTRA VEZ, estando ya Jaleo enganchado, lo primero que hace es cogerle la manita, acariciarle los pies, darle besos, con la teta en la boca, teta siempre en boca. Y yo me muero, de amor, de dolor, de impotencia, de agotamiento.

Y me siento como una auténtica bruja, lo dicho.

Mi pobre niña, mi dulce niña, que lleva increíblemente bien toda esta situación. Hermano, teta compartida, mamá compartida, mamá que no puede cogerla siempre, cuando antes la llevaba cogida a todas partes, incluso con el bombo de los últimos días. Mi Jiribilla, que se sienta en la silla de paseo sin pedirme que la coja, porque entiende, porque sabe que porteando a Jaleo no puedo.

El otro día tuvimos un episodio dramático en la cafetería. Bueno, quizás «dramático» es exagerar, pero lloramos juntas: ella estaba cansada y echaba de menos a papá, se había acostumbrado a tenerlo cerca durante la baja por paternidad. Llorando, me pidió que la cogiera. Yo no podía. No podía. Mi corazón se rompió, antes la tenía pegadita a mí todo el tiempo. Iba a dejar a Jaleo en la sillita, pero debíamos irnos a algún lado. Yo lloré con ella, le dije que lo sentía. Y ella, ¿qué hizo? Me abrazó, me dijo que me quería, llorando aún, que no me preocupara. «No upes, mamá». Y se sentó en la silla, llorosa aún.

Maldita sea.

Debería estar feliz todo el tiempo. Tengo dos verdaderos tesoros –tres, vale, contando a mi socio en la concepción–, y Jiribilla es feliz, lo sé. Pero el cansancio me puede.

Me paso las noches de una habitación a otra. Sí, hacemos colecho todos, pero la disquecia provoca en Jaleo unos ruiditos como de cerdo en un matadero un poquito fuertes. Así que me quedo con Jaleo en una habitación para que no despierte a Jiribilla, ella duerme con su padre en otra, y cuando ella me reclama por la noche allá voy, a tetear, y Él va con Jaleo. Y cuando Jaleo me necesita cambiamos de nuevo.

La teta. Todo por la teta.

Y aun así, si pienso: ¿la habría destetado antes de Jaleo, de haber sabido cómo era esto? Posiblemente diría que no. Posiblemente. Pero, maldita sea, es duro. Muchísimo.






Comentarios

  1. Ánimo! Cómo se desarrolla esa agitación?

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  2. Me da gusto que vayan mejor... =) Cuántos años tiene Jiribilla? =) MI hijo tiene 2.10 y tendrá 2.11 cuando nazca su hermanito.

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    Respuestas
    1. ¡Hola, Claudia! Jiribilla tenía 31 meses cuando nació su hermano. Ahora tienen 36 ella y 5 él :) Mucho ánimo.

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