De nuevo, me he retrasado. Mil perdones a mis dos seguidores, pero estamos en las mismas.
Sigo sin tiempo. Sin tiempo que no sea para dedicárselo a ellos. O a mí, lo confieso, mea culpa, porque cuando los astros se alinean y se duermen pronto, procrastino. Dejo de lado las mil cosas pendientes y me pongo a ver un capítulo de mis series echadita en la cama, a veces con Jaleo enganchado. Buf, y seguimos con el horario desfasado: se levantan una hora más tarde, pero se acuestan más tarde también. Muerte a mi energía vital.
Ha pasado ya un año como bimadre. ¿He logrado no dejar a Jiribilla de lado? ¿He conseguido adorarlo a él?
Respecto a lo primero: no, lógicamente no ha sido posible. Jaleo me necesita más, pero a fuerza de no poder atenderla siempre que ella lo ha querido se ha hecho más autónoma. Eso y la edad, supongo. Me sigue causando tristeza muchas veces no poder estar con ella, pero la veo feliz, pienso que es más cosa mía que suya. Por otro lado, sigo con agitación, aunque más leve, y no hace tantas tomas, y ya entiende más, así que de momento no me planteo el destete. Incluso se ríe cuando le pido que se separe, y me espeta un «mmm, ¡deliciosa!» encantador. Seguimos viviendo momentos mágicos en tándem, me alegro de haber seguido adelante.
En cuanto a la segunda cuestión... SÍ, definitivamente sí, ¿cómo lo dudé? No puedo dejar de observar, fascinada, cada pequeño gran logro. Cada sonrisa, sobre todo cuando va dirigida a mí, a su hermana, a papá, a los perrhijos. Jaleo es el bebé, niño, persona «macho» más maravilloso del mundo entero. Soy totalmente objetiva en esto. Soy de ciencias. ¡Sé de lo que hablo! En fin, todo ese rollo de que las demás madres se equivocan esta vez es cierto.
Y no me extiendo más, porque se han dormido pronto. A ver si conseguimos recuperar nuestros horarios, y con suerte esta noche me echo un Big Bang.
Ah, Jiribilla ha comenzado a ir a un cole. Me cuesta llamarlo así. Pero eso es otra historia.
Que quizás escriba en una entrada dentro de muchos, muchos días.
Buenas noches.
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