Jiribilla no
necesita llevar pendientes para ser niña. Y mucho menos los necesita
para que la gente sepa que lo es. Ni ella ni yo necesitamos que los
demás lo sepan. La próxima vez que alguien me diga que debería
ponérselos porque causa confusión voy a enseñarles su chumino, que
ese no deja lugar a dudas. Incluso en esas contadas ocasiones en las
que lleva alguna prenda rosa siempre hay alguien que la trata de
chico. No corrijo a nadie cuando esto pasa, no veo la necesidad; solo
lo aclaro cuando llevan un rato –y parece que la reunión va para
largo– o la llamo por su nombre y se sorprenden. «Sí, es niña,
pero suelen confundirla porque no lleva pendientes... Bueno, a esta
edad también es difícil distinguirlos...». Lo digo para que no se
sientan mal, porque muchas veces se sienten culpables. Por confundir
el sexo de un bebé. Fíjate tú. Algunas personas enseguida recalcan
que sí, cierto, tiene cara de niña, pero claro, sin pendientes, a
saber... Qué más da, señoras y señores. Qué más da.
¿Y si decide que
no quiere llevarlos? ¿Y si es niño pero quiere llevar pendientes?
En es caso, ¿por qué no hacérselo por defecto a niños y niñas
para ahorrarles el sufrimiento en el futuro? ¿Y si el día de mañana
mi niña quiere ser niño? Ya elegirá ella si quiere o no
agujerearse las orejas. «Pero no eres coherente», dicen algunos,
«eliges su dieta: le das carne, pero ¿y si quiere ser
vegetariana?». O esa otra de: «No la has bautizado e igual ella sí
quiere». Si ya nació con esas ideas claritas, es lo suficientemente
inteligente para hacérmelo saber. Y para hacernos ganar perras en
algún numerito circense. Ya más adelante puede pasarse a la dieta
vegetariana, vegana o frutariana. Y podrá bautizarse si le da la
real gana. Pero ¿cómo desagujereas unas orejas perforadas?
¿Y lo de desbautizarse? ¿Saben lo complicado que es eso? No
voy a hacerle daño a mi hija, por muy momentáneo que sea
–discrepo–, para que sea «oficialmente» una niña.
Yo no llevo
pendientes. Tengo los agujeros desde que tenía unos cinco años. Lo
recuerdo porque me dolió, vaya si me dolió. No tenía especial
ilusión por hacerme los agujeros, simplemente me dejé llevar por mi
madre, porque decidió que ya era hora. Me perforaron una oreja y
rompí a llorar como una magdalena. Mi madre me dio a elegir: un
paquete de papas antes de la siguiente oreja o cuando hubiéramos
terminado. Yo no pude esperar, me gocé las papitas antes de otra
ración de sufrimiento lobular. Un bendito paquete de Munchitos con
extra de sal de lágrimas.
Perforen las orejas
de sus bebés. O la nariz, o el ombligo, porque nunca se sabe dónde
querrán hacerse un piercing. Yo, desde luego, no voy a
hacerlo por una causa que ni siquiera es causa.
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