Vértigo. Y una brevemente asfixiante sensación de culpa.
Eso sentí al ver el positivo.
Culpa.
Jiribilla en plena crisis de los dos años, inseparable de su teta, inconsolable por alguien que no sea mamá. Mamá, que es la única capacitada para empujar la silla de paseo. Mamá, que es la única que puede leerle cuentos. Mamá, la única que puede darle la comida cuando no quiere empuñar ella los cubiertos. Que ose otra persona sustituirme en estos menesteres, ¡ja! Mamá. Mamá. MAMÁ.
Culpa.
Si antes vivía cansada, estas primeras semanas son de locura. Me arrastro como una sombra de una sombra de mí misma. (Qué digo... Mi sombra se ha quedado durmiendo, que ella puede). Lucho por mantener los ojos abiertos, aunque Jiribilla es la mejor alarma: en cuanto ve que los entrecierro un poco, acerca sutilmente su cabecita a mi cara moribunda y grita: «MAMÁÁ-MAMÁÁÁ-MAMÁÁÁ, nooooo». Traduzco: «No puedes dormirte, madrecita querida, hay todo un mundo por explorar, aunque hayamos ejecutado el mismo juego cincuenta y cuatro veces seguidas».
Culpa.
He vivido por y para ella durante dos años. ¿Cómo podrá no ser el centro de mi todo? ¿Cómo va a vivir compartiéndome? ¿Cómo voy a querer a otra criatura como la quiero a ella? ¿Dejaré de lado al nuevo ser para seguir entregándome a ella, que me descubrió el amor verdadero?
A ratos cede la culpa, sobre todo a medida que pasan los días. El agotamiento ocupa todos mis sentidos y me incapacita para pensar en embarazo alguno. Imagino que cuando se abulte el vientre –porque ESTO no es barriga de embarazo, no puede ser, tan pronto no; son gases y estreñimiento– seré más consciente. Esta locura será más real.
De momento quiero que pase el primer trimestre, a ver si desaparece la extenuación continua. Pero a la vez no quiero entrar en la siguiente fase, quiero que vaya despacio, muy despacio, que a mi niña le dé tiempo de crecer, de madurar, de comprender.
Mientras tanto, seguiré siendo suya en exclusiva. Quiero absorber todo el tiempo posible, quiero impregnarme de ella, quiero aprender lo que quiera enseñarme.
Madre mía, ¿es cierto que el amor por los hijos se multiplica? No me imagino el doble de este amor infinito. Debe de ser brutal.
Eso sentí al ver el positivo.
Culpa.
Jiribilla en plena crisis de los dos años, inseparable de su teta, inconsolable por alguien que no sea mamá. Mamá, que es la única capacitada para empujar la silla de paseo. Mamá, que es la única que puede leerle cuentos. Mamá, la única que puede darle la comida cuando no quiere empuñar ella los cubiertos. Que ose otra persona sustituirme en estos menesteres, ¡ja! Mamá. Mamá. MAMÁ.
Culpa.
Si antes vivía cansada, estas primeras semanas son de locura. Me arrastro como una sombra de una sombra de mí misma. (Qué digo... Mi sombra se ha quedado durmiendo, que ella puede). Lucho por mantener los ojos abiertos, aunque Jiribilla es la mejor alarma: en cuanto ve que los entrecierro un poco, acerca sutilmente su cabecita a mi cara moribunda y grita: «MAMÁÁ-MAMÁÁÁ-MAMÁÁÁ, nooooo». Traduzco: «No puedes dormirte, madrecita querida, hay todo un mundo por explorar, aunque hayamos ejecutado el mismo juego cincuenta y cuatro veces seguidas».
Culpa.
He vivido por y para ella durante dos años. ¿Cómo podrá no ser el centro de mi todo? ¿Cómo va a vivir compartiéndome? ¿Cómo voy a querer a otra criatura como la quiero a ella? ¿Dejaré de lado al nuevo ser para seguir entregándome a ella, que me descubrió el amor verdadero?
A ratos cede la culpa, sobre todo a medida que pasan los días. El agotamiento ocupa todos mis sentidos y me incapacita para pensar en embarazo alguno. Imagino que cuando se abulte el vientre –porque ESTO no es barriga de embarazo, no puede ser, tan pronto no; son gases y estreñimiento– seré más consciente. Esta locura será más real.
De momento quiero que pase el primer trimestre, a ver si desaparece la extenuación continua. Pero a la vez no quiero entrar en la siguiente fase, quiero que vaya despacio, muy despacio, que a mi niña le dé tiempo de crecer, de madurar, de comprender.
Mientras tanto, seguiré siendo suya en exclusiva. Quiero absorber todo el tiempo posible, quiero impregnarme de ella, quiero aprender lo que quiera enseñarme.
Madre mía, ¿es cierto que el amor por los hijos se multiplica? No me imagino el doble de este amor infinito. Debe de ser brutal.
Viviras llena de infinito amor, una familia hermosa! :)
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