Cuando algo te duele intentas calmar ese dolor. Generalmente tienes recursos para buscar una solución. Y, además, si hay alguien cerca se lo comentas.
Cuando tienes hambre sientes un desagradable vacío. Buscas algo que comer y listo. Y, además, si tienes a alguien al lado seguro que se lo dices, tal vez incluso le propones ir a compartir almuerzo.
Cuando tienes frío, calor, miedo o una crisis existencial buscas abrigo, fresco, seguridad, ayuda amistosa o profesional.
En resumen: cuando sientes una incomodidad fisiológica, psicológica o del tipo que sea, te sientes mal y, por tanto, te quejas. Interiormente al menos. Y, como persona adulta que eres, buscas remedio. Si no puedes encontrar una solución por ti misma, buscas ayuda. Al menos deberías hacerlo. ¿Por qué, entonces, esperamos que un bebé no lo haga? Cuando un bebé o niña/o pequeña/o se siente mal, manifiesta su incomodidad de la única forma que conoce: llorando. No sabe hablar, así de simple. Pero la Madre Naturaleza, en su inmensa sabiduría, dio a esa criatura la capacidad poderosa del llanto, del grito, para mantenerse viva y a salvo. ¿Por qué, en el nombre de Natura, pretendemos que se calle? ¿Por qué vemos cada día a personas adultas ignorando el llanto de bebés?
«Na, ¡ni se te ocurra cogerla! Que sí, dejará de llorar, pero luego no podrás dejarla en el carro».
A veces simplemente quiere eso, que la cojan. Estar en brazos. Sentirse segura, y no tumbada en un sitio donde no siente, ni ve, ni huele a su persona de referencia.
«Ha comido y tiene el pañal limpio, llora por mimosería, no le pasa nada».
Y qué sabe usted de lo que le pasa o le deja de pasar. Quizás le duele algo, tal vez tiene sed, o está asustada porque ha escuchado algo extraño, o porque simplemente necesita algo que no podemos comprender. Pero llora porque le pasa algo, por dios, pues claro que le pasa algo. ¿Quién llora si no le pasa nada? Incluso si llora «por mimosería» está llorando por algo, ¡quiere mimos! ¿Qué tiene de malo dárselos?
¿No está mal el mundo? ¿O son cosas mías? Las personas que andamos fatal hoy (me incluyo) somos las que fuimos criadas con la teoría de dejar llorar, del cachete a tiempo, de no ayudar a levantarnos cuando nos caíamos porque «hala, estás bien, no fue nada». ¿A quién no le gusta que le ayuden a levantarse tras un tropiezo? ¿Que le pregunten «te encuentras bien»?
Repito: cojan a sus bebés, abracen a sus cachorros, a sus cachorras. El tiempo vuela.
Mi hijo de dos años da besos a cualquiera menos a mí, y adora ir caminando a todas partes.
Mi hija va para cinco y dejó de ser bebé hace tiempo. Pesa, pesa..., y aun así la cojo cuando puedo, porque llegará un día en el que realmente no podré.
Brazos, abrazos.
Cada día.
Siempre.
Cuando tienes hambre sientes un desagradable vacío. Buscas algo que comer y listo. Y, además, si tienes a alguien al lado seguro que se lo dices, tal vez incluso le propones ir a compartir almuerzo.
Cuando tienes frío, calor, miedo o una crisis existencial buscas abrigo, fresco, seguridad, ayuda amistosa o profesional.
En resumen: cuando sientes una incomodidad fisiológica, psicológica o del tipo que sea, te sientes mal y, por tanto, te quejas. Interiormente al menos. Y, como persona adulta que eres, buscas remedio. Si no puedes encontrar una solución por ti misma, buscas ayuda. Al menos deberías hacerlo. ¿Por qué, entonces, esperamos que un bebé no lo haga? Cuando un bebé o niña/o pequeña/o se siente mal, manifiesta su incomodidad de la única forma que conoce: llorando. No sabe hablar, así de simple. Pero la Madre Naturaleza, en su inmensa sabiduría, dio a esa criatura la capacidad poderosa del llanto, del grito, para mantenerse viva y a salvo. ¿Por qué, en el nombre de Natura, pretendemos que se calle? ¿Por qué vemos cada día a personas adultas ignorando el llanto de bebés?
«Na, ¡ni se te ocurra cogerla! Que sí, dejará de llorar, pero luego no podrás dejarla en el carro».
A veces simplemente quiere eso, que la cojan. Estar en brazos. Sentirse segura, y no tumbada en un sitio donde no siente, ni ve, ni huele a su persona de referencia.
«Ha comido y tiene el pañal limpio, llora por mimosería, no le pasa nada».
Y qué sabe usted de lo que le pasa o le deja de pasar. Quizás le duele algo, tal vez tiene sed, o está asustada porque ha escuchado algo extraño, o porque simplemente necesita algo que no podemos comprender. Pero llora porque le pasa algo, por dios, pues claro que le pasa algo. ¿Quién llora si no le pasa nada? Incluso si llora «por mimosería» está llorando por algo, ¡quiere mimos! ¿Qué tiene de malo dárselos?
¿No está mal el mundo? ¿O son cosas mías? Las personas que andamos fatal hoy (me incluyo) somos las que fuimos criadas con la teoría de dejar llorar, del cachete a tiempo, de no ayudar a levantarnos cuando nos caíamos porque «hala, estás bien, no fue nada». ¿A quién no le gusta que le ayuden a levantarse tras un tropiezo? ¿Que le pregunten «te encuentras bien»?
Repito: cojan a sus bebés, abracen a sus cachorros, a sus cachorras. El tiempo vuela.
Mi hijo de dos años da besos a cualquiera menos a mí, y adora ir caminando a todas partes.
Mi hija va para cinco y dejó de ser bebé hace tiempo. Pesa, pesa..., y aun así la cojo cuando puedo, porque llegará un día en el que realmente no podré.
Brazos, abrazos.
Cada día.
Siempre.
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