Ir al contenido principal

Despidiendo y celebrando el tercer hijo

Todo comienza y todo termina. Todo.

Cuando estamos inmersas en la primera etapa de la crianza parece que no, que ese agotamiento abismal será para siempre, que esa dependencia de nosotras nunca acabará. Aun así nos regodeamos en el amor, en el cansancio. Nos encontramos en otro universo, a nivel mental, físico, espiritual. Vivimos prácticamente desconectadas de todo aquello ajeno a nuestra cría, a nuestro vínculo. Es extraño, muy extraño. Contradictorio. Deseas descansar, pero no quieres que ese amor se apague, ese combustible, esa oxitocina, ese... lo que sea.

Es normal esa lucha de sentimientos. Después de todo y ante todo, somos humanas. No somos máquinas. Estamos sujetas a cambios químicos, físicos. Nuestro cuerpo es una orquesta, a veces suena una pieza lenta, otras veces algo más rápido, en ocasiones desafina. Qué sé yo, me voy por las ramas.

Lo que quiero decir, y pretendo expresar, es que estoy viviendo un proceso de luto. Porque cada vez soy más consciente de que ya no tendré más hijos. No volveré a sentir esa emoción al sospechar que ya ha sido engendrado. No volveré a mirarme compulsivamente en el espejo en busca de esa curva incipiente. No pondré mis manos sobre el vientre, ni las de Él, ni las de Jiribilla, ¡ni las de Jaleo!, para que todos lo sientan. No volveré a parir, a sentirme esencialmente mamífera. No volveré a... tantísimas cosas. Tantos asuntos que querría repetir, iguales o cambiando detalles, porque con cada embarazo y parto aprendes más y estás más preparada.

Y ya, sé que Jaleo todavía es un poco bebé. Casi veinte meses. Ni siquiera me ha vuelto la menstruación. Seguimos en tándem y sólo tengo dos tetas, ya –aunque el tritándem es posible, pero yo no sobreviviría–. Conozco nuestra realidad. Y tengo derecho a vivir mi luto, eso también lo sé.

No volveré a tener un bebé.

Se cierra un ciclo. Una no puede tener hijos eternamente. ¿O sí? ¿Podría comenzar un crowdfunding para financiar un tercer hijo?

Y utilizaré eso del crowdfunding para hablar de mi otro tercer hijo, uno de papel, con el permiso de Un papá como Vader: gracias a una financiación colectiva he conseguido sacar adelante un pequeño libro que tenía en mente desde que Jiribilla tenía un año. De hecho, por el camino llegó Jaleo y por eso ambos son protagonistas.

«AGUA. Gotitas mágicas» es el nombre de mi tercero. AGUA fue una de las primeras palabras de Jiribilla. La repetía con pasión cada vez que veía el líquido elemento, o cuando quería beber, o darse un baño, o jugar con ella. Así nació.

Podré abrazarlo, podrán disfrutarlo mis hijos y otras personas. Podré calzar una mesa con él. No podré darle teta. O sí, total, ya Jaleo me obliga a darle teta al Pollo Pepe.

Y lo bueno de este tercer hijo es que me abre la posibilidad de tener un cuarto, un quinto...

Así se entrelazan el luto y la celebración en estos momentos.

Abriré ahora mismo el libro y esnifaré sus páginas, a ver si el chute hormonal se activa de la misma forma.






Comentarios

Entradas populares de este blog

En el abismo. Y feliz.

Hace poco leí en mi tribu virtual de Facebook que esto es el «abismo del agotamiento». Me encantó la expresión, pues lo refleja perfectamente. Es un abismo, caes y caes y parece no tener fin. Porque no es que llegue el fin de semana y puedas desconectar, recargar pilas y ea, el lunes ya me canso de nuevo. O que venga al fin la noche, momento en el que puedes aparcar a tu retoño y centrarte en ti, o en tu maromo, o en tu pasión personal. Nanay. Para muestra un botón: ha llegado la noche, la Nochebuena además, y heme aquí, con Jiribilla durmiendo mientras la familia termina de comer. Tuve la precaución de cenar tempranito, con ella, porque nos conocemos. Se durmió hace casi una hora y ya se ha despertado una vez. Tetita y vuelta a dormir. Cómo la quiero, la excusa perfecta para huir de estas reuniones. Ains. Estuve buscando trabajo durante un tiempo largo antes de que naciera Jiribilla, incluso fui a una entrevista con un bombo de seis o siete meses. Con ropita ancha, eso sí, pero me d...

Un año de AMOR

Dicen que los hijos son una prolongación de uno mismo, una minipersona a la que criamos para que nos perpetúe en la finitud de la existencia. Llegados a este punto, con Jiribilla durmiendo a mi lado y tras un exhausto año de amor a raudales, lo veo de otro modo. Jiribilla, no naciste para ser una prolongación mía; al contrario, yo soy una prolongación tuya. Nací para ser tu raíz. Para nutrirte de todo lo necesario con el fin de que algún día florezcas, y lo harás de la forma y color que tú quieras. Me pongo a tu entera disposición. Al menos al principio, mientras me requieras. Y aquí estamos todavía, en este maravilloso principio. Un principio que, después de un año, sigue siendo un maremágnum de emociones entre las que destaca la absoluta adoración que te tengo: de querer apretujarte bien fuerte paso a pedirte que bajes, por favor, que me sueltes, que te estés tranquila dos minutos, uno solo, para dar una tregua efímera a mis brazos, para poder ir al baño con todo mi cuerpo dispo...

Agitación (o qué ganas de arrancármela de la teta)

La primera vez que leí algo sobre la agitación del amamantamiento  no presté mucha atención. Me pareció curioso, pero pensé que sería de esas cosas que nunca me tocaría vivir. ¿Yo, no querer darle el pecho a Jiribilla? Desde el comienzo de nuestra maravillosa lactancia le pedía a los cielos que, por favor, no se destetara nunca. Esos momentos eran mágicos, especiales. Eran amor en su expresión máxima. Los cruces de miradas, las caricias, sonrisas... La lactancia es lo más bonito que he vivido. En el último trimestre del embarazo de Jaleo ya tuve algún episodio de estos. De atesorar cada tetada pasé, una noche que Jiribilla estaba especialmente demandante, a querer arrancármela de cuajo de la teta y lanzarla lejos. Una horrible sensación me recorría el cuerpo con cada succión, me sacudía hasta la punta de los pies. Me causaba una angustia insoportable. Fue una noche infernal: mi pobre niña estaba más demandante porque se encontraba enferma, y yo no podía. No podía. Era un rechazo ...