Ser madre que trabaja fuera de casa o ser madre a jornada completa: ¿qué es más duro? La eterna disputa. Una amiga que trabajaba fuera me comentó una vez que lo malo de su situación es que cuando volvía del trabajo todavía tenía que hacer todo lo de la casa: cocinar, coladas, etc. «Ah», pensé yo, «¿es que se supone que tengo que tenerlo todo hecho por no trabajar fuera?». Y le respondí: «Pues no sé si tus hijas se entretienen solas, pero lo que son los míos me reclaman TO-DO-EL-TIEM-PO». Y ahí podríamos haber empezado a intercambiar puntos de vista, pero no pudimos. Interferencias infantiles, ya ustedes saben. Las conversaciones imposibles y todo eso.
El caso es que hay un hecho innegable: muchas veces, la madre que no trabaja fuera se ve inmersa en un aislamiento social brutal. La única interacción que tiene con otra persona adulta es con su pareja. Y en ocasiones ni siquiera es satisfactoria, no se puede hablar con calma, atrás quedaron las conversaciones relajadas. Ahora es un «rápido, dímelo antes de que te interrumpa de nuevo y se te olvide».
Sí, envidiamos que la pareja, que trabaja fuera, pueda desconectar de la prole, se codee con humanoides adultos, converse sobre otros tópicos, tenga su cuerpo para sí mismo, pueda caminar libremente sin cargar mil bártulos. Pero subestimamos algo.
El silencio.
Ah, el silencio.
El estar contigo misma unos minutos. Esas personas que trabajan fuera pueden hacerlo. Y yo lo viví, ¡lo viví!, hace un rato. Jornada completa con Jiribilla y Jaleo. Al fin dormidos. Me meto en la ducha. El agua tibia cayendo sobre mí y me doy cuenta de que hay SILENCIO. Puedo estar conmigo misma. ¿Qué hablar con adultos ni qué porras? Silencio, SOLEDAD, introspección. Mi alma y pensamiento para mí. Entonces se abre la puerta del baño: es él, preguntándome si quiero un bocadillo para cenar. Le espeto un NO que le ha quitado el hambre de golpe. Pobrecito mío.
Sí, hay un momento para cada cosa. Para socializar con otras y con una misma. Y ambas necesidades deberían ser de obligado cumplimiento para una buena salud mental.
Buenas noches.
El caso es que hay un hecho innegable: muchas veces, la madre que no trabaja fuera se ve inmersa en un aislamiento social brutal. La única interacción que tiene con otra persona adulta es con su pareja. Y en ocasiones ni siquiera es satisfactoria, no se puede hablar con calma, atrás quedaron las conversaciones relajadas. Ahora es un «rápido, dímelo antes de que te interrumpa de nuevo y se te olvide».
Sí, envidiamos que la pareja, que trabaja fuera, pueda desconectar de la prole, se codee con humanoides adultos, converse sobre otros tópicos, tenga su cuerpo para sí mismo, pueda caminar libremente sin cargar mil bártulos. Pero subestimamos algo.
El silencio.
Ah, el silencio.
El estar contigo misma unos minutos. Esas personas que trabajan fuera pueden hacerlo. Y yo lo viví, ¡lo viví!, hace un rato. Jornada completa con Jiribilla y Jaleo. Al fin dormidos. Me meto en la ducha. El agua tibia cayendo sobre mí y me doy cuenta de que hay SILENCIO. Puedo estar conmigo misma. ¿Qué hablar con adultos ni qué porras? Silencio, SOLEDAD, introspección. Mi alma y pensamiento para mí. Entonces se abre la puerta del baño: es él, preguntándome si quiero un bocadillo para cenar. Le espeto un NO que le ha quitado el hambre de golpe. Pobrecito mío.
Sí, hay un momento para cada cosa. Para socializar con otras y con una misma. Y ambas necesidades deberían ser de obligado cumplimiento para una buena salud mental.
Buenas noches.
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